miércoles, 6 de diciembre de 2006

Cocina exotica


Digo que no hace falta salir de la piel de toro, porque no me negarán que comer anémonas de mar fritas, ardillas en salsa de piñones, lagartos al ajillo, orejas de cerdo rebozadas, o ancas de rana a la romana, ya tiene un notable punto de exótismo para cualquier comensal melindrero, pero es que ni siquiera hay que pasar Pajares, porque ya me contarán sino es igualmente chocante devorar larvas de anguila (angulas), moluscos y equinodermos vivos (almejas, ostras y oricios), sangre embutida (morcilla), o esas terribles arañas gigantes arañas de mar llamadas centollos.
¿Que tiene ante esto de alarmante, un inocente curry de langostinos con coco y arroz Basmati a la canela? Pues simplemente que no ha formado parte de nuestra dieta habitual.Cada vez que veo algún remilgado comensal desdeñar la posibilidad de probar un sushi, un merguez, o un mole poblano, alegando aquello «esas porquerías que comen por ahí», la verdad es que me dan ganas de leerle lo que es realmente nuestro recetario.Y no me refiero ya al español, donde la riqueza de la cocina mozárabe, mezcla gloriosa de las culturas más hedonistas de la tierra como fueron Roma y Persia, se puede considerar como zenit de la esquisitez de la buena mesa occidental, sino ya de la asturiana, porque si bien aquellas delicias de la dulcería otomana apenas nos llegó, sí tuvimos un esplendido momento con la cocina de los indianos, quienes trajeron costumbres andinas, cariocas, caribeñas y americanas en general.¿A cuanto de qué viene todo este rollo cuando estamos hablando de platos de régimen para cocineros solitarios?Pues verán. Ayer descongelé un tuper que contenía mole oaxaqueño con carne, y mientras se calentaba, pués preparé un arrocito con chepiles.En apenas un cuarto de hora tenía en la mesa una deliciosa cena que bien hubiera hecho las delicias del más exigente gastrónomo, con un costo ridículo, y elaborado a base de productos absolutamente naturales.Yo mismo me sorprendí de lo exquisito que resultaba el mole recalentado después del congelado, y en un santiamén vislumbré las interminables aplicaciones que se podían hacer usándolo como producto de base.Una simple, e insípida, pechuga de pollo cocida en esta salsa, se convierte en un plato más que apetecible.Y no digamos ya esa raja de bonito que, trás un mes de costera, ya no sabemos como preparar para salir de la rutina.¿Hay moraleja?Pues creo que sí.Napoleón llevaba consigo en sus campañas un ejercito de cocineros, pero no para que cocinasen para él y su alto estado mayor, sino para aprender los platos de aquellos territorios que conquistaban, y así, a mediados del XIX, París era el más fabuloso bazar de cocinas exóticas llegadas de todos los puntos de Europa.¿Debemos quedarnos anclados en el Pote de berzas, o por el contrario abrir nuestras despensas a productos novedosos?Quizás muchos tradicionalistas recalcitrantes lo consideren una ofensa hacia la asturianía, pero ¿saben que la fabada y la boroña son platos américanos?Fabes, maíz y pimentón nos llegaron del Nuevo Continente. Nadie reniega de una salsa de tomate, también de origen mejicano, y sin embargo un mole sorprende, cuando en realidad no es más que un pisto pasado y con cacao.Yo creo que debemos replantearnos muchas cosas, no vaya a ser que los exóticos y floklóricos seamos nosotros.

El concepto "Platos exóticos" es una entelequia ya que, por ejemplo, para un asturiano una fritura de Bienmesame es algo tan lejano, como para un andaluz la salsa de erizos, y viceversa, pero como encima estamos en Internet, pues cuando un mejicano lea que los tamales son un plato exótico, se echará a reír porque en su pueblo se venden por la calle, mientras que un Pastel de Cabracho le sonará más inconcebible que un Manok filipino.

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