Originario de Asia Central, el ajo es un condimento habitualmente usado en la cocina española que ya era conocido por egipcios y romanos. Se trata de uno de los remedios curativos más eficaces que entonces ya se empleaba principalmente para las infecciones de la piel. También formaba parte de la dieta cotidiana que ingerían los trabajadores de las pirámides, porque se creía que fortalecía el cuerpo para resistir las pesadas jornadas.
Hacia el año 1.000, el ajo era un producto ampliamente conocido y muchas culturas lo apreciaban, no sólo por su valor dietético sino porque consideraban que tenía propiedades medicinales e incluso mágicas.
Y es que este bulbo, formado por varias piezas llamadas “dientes”, posee propiedades estimulantes, antidepresivas, expectorantes y diuréticas. Sin duda se trata de una planta altamente beneficiosa, ya que tiene la propiedad de bajar la tensión arterial y suele utilizarse para tratar la esclerosis cerebral. Además, disminuye el crecimiento de las bacterias, es un potente antiinflamatorio, aumenta las defensas, previene la arteriosclerosis, alivia el dolor, está indicado en problemas del aparato respiratorio, tiene capacidad para reducir los niveles de colesterol y externamente combate la artritis.
En la actualidad, el ajo es objeto de numerosos estudios que intentan demostrar sus posibles efectos beneficiosos en casos de cáncer, lumbago, y que podrían unirse a los ya probados en el campo de la arterioesclerosis.
Las propiedades, en crudo
Este condimento –por su aporte en ajona, una sustancia que se obtiene al ser machacado- resulta un eficaz depurador y fluidificante de la sangre, ya que colabora contra la formación de coágulos de sangre y es un alimento altamente recomendado en casos de enfermedades cardíacas. Por otra parte, contiene aminoácidos sulfúreos, especialmente alicina, con un notable efecto antibacteriano y antivírico que contribuyen a eliminar toxinas nocivas (resulta muy indicado en infecciones de boca, garganta, estómago, de la piel o del aparato genitourinario), aumentar los leucocitos, reducir la presión sanguínea, así como mejorar la función cardíaca y la circulación de la sangre.
Esta planta aromática y comestible es conocida también porque contribuye a la mejora de las infecciones y si se aplica sobre la piel, su jugo resulta antiséptico. De hecho, resulta 50 veces más potente desinfectante que el alcohol de 90 grados o el zumo de limón. Esta capacidad bactericida explica que, en ocasiones, cuando la carne de un ave o de un cordero empieza a oler se frote con ajo.
No hay que olvidar que todas estas propiedades del ajo sólo sirven si éste se consume crudo y realmente las opciones son muy numerosas: puede triturarse en el gazpacho, cortado en pequeños trozos sobre anchoas o sardinas, cortado en láminas finas y mezclado en ensaladas, como parte de salsas (ali oli, pesto…), con champiñones o setas, pimientos asados e incluso, simplemente, frotado sobre pan tostado.
Hacia el año 1.000, el ajo era un producto ampliamente conocido y muchas culturas lo apreciaban, no sólo por su valor dietético sino porque consideraban que tenía propiedades medicinales e incluso mágicas.
Y es que este bulbo, formado por varias piezas llamadas “dientes”, posee propiedades estimulantes, antidepresivas, expectorantes y diuréticas. Sin duda se trata de una planta altamente beneficiosa, ya que tiene la propiedad de bajar la tensión arterial y suele utilizarse para tratar la esclerosis cerebral. Además, disminuye el crecimiento de las bacterias, es un potente antiinflamatorio, aumenta las defensas, previene la arteriosclerosis, alivia el dolor, está indicado en problemas del aparato respiratorio, tiene capacidad para reducir los niveles de colesterol y externamente combate la artritis.
En la actualidad, el ajo es objeto de numerosos estudios que intentan demostrar sus posibles efectos beneficiosos en casos de cáncer, lumbago, y que podrían unirse a los ya probados en el campo de la arterioesclerosis.
Las propiedades, en crudo
Este condimento –por su aporte en ajona, una sustancia que se obtiene al ser machacado- resulta un eficaz depurador y fluidificante de la sangre, ya que colabora contra la formación de coágulos de sangre y es un alimento altamente recomendado en casos de enfermedades cardíacas. Por otra parte, contiene aminoácidos sulfúreos, especialmente alicina, con un notable efecto antibacteriano y antivírico que contribuyen a eliminar toxinas nocivas (resulta muy indicado en infecciones de boca, garganta, estómago, de la piel o del aparato genitourinario), aumentar los leucocitos, reducir la presión sanguínea, así como mejorar la función cardíaca y la circulación de la sangre.
Esta planta aromática y comestible es conocida también porque contribuye a la mejora de las infecciones y si se aplica sobre la piel, su jugo resulta antiséptico. De hecho, resulta 50 veces más potente desinfectante que el alcohol de 90 grados o el zumo de limón. Esta capacidad bactericida explica que, en ocasiones, cuando la carne de un ave o de un cordero empieza a oler se frote con ajo.
No hay que olvidar que todas estas propiedades del ajo sólo sirven si éste se consume crudo y realmente las opciones son muy numerosas: puede triturarse en el gazpacho, cortado en pequeños trozos sobre anchoas o sardinas, cortado en láminas finas y mezclado en ensaladas, como parte de salsas (ali oli, pesto…), con champiñones o setas, pimientos asados e incluso, simplemente, frotado sobre pan tostado.
En el recuadro de la derecha podràs encontrar màs informaciòn, consejos, recetas, sugerencias, tips y todo relacionado a una buena cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario